viernes, 1 de diciembre de 2017

Adviento: preparando la Navidad

    A las puertas de la Navidad inauguramos el período de Adviento (del latín adventus, “advenimiento, llegada”). Como es sabido, comprende los cuatro domingos anteriores al día de Navidad. El calendario litúrgico parte de ese primer domingo de Adviento. Este período está presente no solo en las iglesias católica y ortodoxa, sino también en la mayoría de las protestantes. Podemos incluirlo, por lo tanto, como manifestación, aunque simbólica, de la esperanza mesiánica.


El período de Adviento es, en principio, un tiempo de preparación espiritual. Se predica la realización de buenas acciones, la renovación del cristiano para acoger al Salvador. Es, por lo tanto, similar a la Cuaresma. Tanto en la Cuaresma como en el Adviento se habla simbólicamente del “camino” que los creyentes han de preparar a Cristo. Esta simbología proviene de la predicación de San Juan Bautista . Ese camino o senda que se ha de preparar ha de estar limpio, sin “piedras” que lo obstaculicen. Es el camino interior de cada uno de nosotros, no muy diferente de las religiones hindú y budista. 


Las noticias que tenemos sobre los orígenes del Adviento como tiempo litúrgico se remontan a los siglos IV y V. De acuerdo con los escritos de algunos intelectuales y teólogos cristianos como San Hilario de Poitiers y San Máximo de Turín, el Adviento no fue oficial en los primeros tiempos de la Iglesia. En el I Concilio de Zaragoza (380), convocado con el fin de condenar la herejía de Prisciliano, se acordó establecer un período de recogimiento y asistencia a las iglesias a partir de las dieciséis calendas de enero (calenda = primer día de cada mes en el calendario romano). Si tenemos en cuenta las diferencias entre los calendarios juliano y gregoriano, esa fecha correspondería al 17 de diciembre. 
   Otra tradición sugería comenzar el Adviento a partir del día de San Martín (11 de noviembre). El papa Gelasio I estableció el Adviento como un período de seis semanas. No sería hasta el siglo VI cuando el papa Gregorio I el Magno remarcó definitivamente el Adviento como tiempo de cuatro semanas.
   El Adviento medieval era un período oficial de penitencia y reflexión. Un tiempo de “meditaciones, predicaciones, oraciones, y penitencias en ocasiones extravagantes, tales como retirarse a los montes o caminar descalzos” .


En la liturgia de Adviento se hace referencia a las profecías mesiánicas, especialmente a las de Isaías. Así mismo, se rememoran los episodios previos a la natividad del Salvador. Es decir, el nacimiento de San Juan Bautista, la anunciación a la Virgen María, la visitación de ésta a su prima Santa Isabel y la aceptación de San José del hijo de María como hijo de Dios. Todos estos pasajes están extraídos del Evangelio de San Lucas. Se resalta la figura de San Juan Bautista como precursor de Cristo, ligándola, al mismo tiempo, con su predicación en el desierto anunciando su llegada. Adviento y Cuaresma se encuentran, por lo tanto, más conectados en ese aspecto.




El Adviento viene acompañado por ritos y costumbres a lo largo de los países cristianos. El más popular e importante es la vela o velas que se encienden en las iglesias o en las casas. Es costumbre encender una vela cada domingo de Adviento, que suele encontrarse en el altar o junto a éste. 
     En el norte de Europa las velas suelen disponerse en forma de corona, unidas por acebo o ramas de pino o abeto. Es lo que se conoce como adventskranz, “corona de Adviento”. Este rito fue iniciado con la Reforma protestante, impulsada por Martín Lutero en Alemania en el siglo XVI, y se fue propagando por las regiones septentrionales de Europa. La simbología de las velas encendidas se basa en la llama como espera, para alumbrar las tinieblas: la luz de Cristo. La luz simboliza también la firmeza de la fe del creyente, que permanece “encendida” y “no se apaga”. Su forma circular hace referencia a la eternidad, pues el círculo no posee principio ni fin: es el ciclo de la vida. El acebo y las ramas de pino y abeto simbolizan la perdurabilidad, ya que son perennes y juegan, al mismo tiempo, con la simbología de la eternidad .


La simbología del acebo, el abeto y la luz estaba ya presente en la religión de los pueblos nórdicos y germánicos. Por otra parte, el acto de encender velas es similar al que se lleva a cabo en las sinagogas y hogares judíos durante la fiesta de Jánuka.




    A diferencia de la menorah, el candelabro de siete brazos, el candelabro que se enciende en la Jánuka, conocido como januquiá, posee nueve: ocho por cada día de la fiesta más uno extra llamado shamash, que se emplea como pebetero o fuente de suministro para el resto de las velas. Al igual que en el ritual cristiano, los judíos van encendiendo una cada día de la Jánuka hasta completar el candelabro.
    Así, es muy probable que el ritual del encendido de las velas fuese tomado a partir del rito hebreo junto con aportes vikingo-germánicos. 

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